No tiraría al suelo con todo lo que soy, lo que creo, lo que amo, son cosas que valen la pena. No quiero dejar ni mi sombra pisotear encima de la sinceridad. Cuando me miro al espejo, fijo mi mirada en los ojos, quiero ver mi alma, quiero conocerme. Quiero estar segura de que ese azul es uno de diciembre, no uno congelado, de mayo.
No piso encima de los soles, de las burbujas de aire, viento y agua, para tocar mi fin. Si ya di ese paso, alzo mis ojos, veo el cielo, y luego miro alrededor mío, miro a los demás, si les afecta lo que hago, y Dios me corrige. Mis principios se guían alrededor de Dios, no puedo odiar mas de un día, no se si es realmente odio. Nadie ha tocado la perfección, solo el Señor Jesucristo, así que no me pongo nerviosa si alguien se equivoca. Si me equivoco, aprendo a pedir perdón. Se que la diferencia entre héroes y errores la hace la renuncia. No me hecho para atrás, solo si esta es la mejor decisión. Como en las guerras, a veces, la retirada es la mejor estrategia, mejor que la lucha, depende de las circunstancias.
Las manos que me sostuvieron y el corazón que se preocupa por mi son mi tesoro. Mamá, papá, mis hermanos y hermanas, mis amores.
Vivo a través de la música de piano, pero también de los ritmos de samba. La imaginación me hace bromas cuando veo una tormenta en un vaso de agua. Juego cualquier cosa, juego honrado, eso me hace ser humana, de carne, no de piedra.
Esta es una de mis lemas (tengo muchas, en la Biblia): “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.” Filipenses 1:21